Crítica de Los crímenes de Oxford.
Pasito a pasito, Alex de la Iglesia ha demostrado que puede casi con cualquier cosa. El riesgo asumido en sus películas viene siendo cada vez mayor, y esto le ha permitido, entre otras cosas, pulir de forma excepcional su capacidad para dirigir actores. Y no sólo eso, al tener una idea muy clara de lo que quiere hacer con la cámara es muy improbable que el espectador quede decepcionado con sus películas. Una adaptación en inglés con plantel internacional ha sido ahora su gran reto, que salva con un notable.
Fuera de los límites del director vasco, Los crímenes de Oxford toca el viejo tema de la casualidad vs causalidad. Un discurso del impecablemente británico John Hurt da buena cuenta de ello desde el minuto uno del metraje. Basada en una novela del mismo título del escritor argentino Guillermo Martínez, esta historia repasa ciertos conceptos muy de moda últimamente en torno a las matemáticas y su doble significado. Nada que ver, no obstante, con recientes productos –alguno que otro español- con elevadas aspiraciones.
'Fibonaccis' aparte, el hecho de que De la Iglesia meta las manos en la masa de algo tan de best seller no quita para que su obra pueda presumir de ciertos momentos tan brillantes como él mismo. El fantástico plano secuencia que nos hace abrir la boca algo pasado el comienzo del film y que recuerda, por ejemplo, a Fallen, parece tocado por una varita mágica. El baile de la lente es perfecto. No le falta tampoco el humor inglés en algunos diálogos, además de un homenaje evidente al cine negro de los 40.
Hitchcock y otros maestros del suspense también piden paso en Los crímenes de Oxford que, sin ser un peliculón, es un intento muy digno de querer jugar a malos y detectives con el espectador. El guión cierra un círculo (¿matemático?) y no deja ninguna grieta, lo que podría considerarse un aspecto facilón del mismo, ya que las divagaciones sobre los Wittgenstein de turno se quedan para los lectores del volumen. De él se ha entresacado la acción que, sin embargo, acusa algún momento de flojera allá por la mitad del film.
Tanta explicación, justificación, tanta evidencia adornada con flasbacks, así como el ir deduciendo las cosas de la manita del protagonista -aunque siempre por delante de él-, hacen a uno pensar que hasta la señora Fletcher anda detrás de todo y se ha camuflado con astucia detrás de la careta del meritorio Elijah Wood, actor con más registros de los que aparenta. Hurt, obviamente, le pisotea en su recreación de un sabio pasado de moda. Y lo mismo ocurre con Julie Cox, en su papel de rubia histriónica 'solterona'.
Watling está suave, como siempre, y no desentona casi nada con el resto del plantel, pero no se distingue si es mujer fatal o una incomprendida. Eso sí, los personajes rezuman exageración por los cuatro costados, incluido el primo de Poirot. La sobreactuación como parte esencial de sus roles, sus caras desencajadas en momentos clave y, en algunos casos, su físico particular, hacen que unos gramos de parodia se apoderen de forma bien calculada de las situaciones que viven. Son ingleses y freaks.
Y eso es una constante en el cine de De la Iglesia, que no se resiste a dejar, aunque sea imperceptiblemente, su sello personal. Sin la pizca de gore –imprescindible- tampoco estaríamos hablando de algo suyo. Quizá en Los crímenes de Oxford el cineasta deje ver todas sus cartas, pero no hay duda de que el efectismo, arma muy válida en el mundo del celuloide, no queda nada mal parado. Por cierto, que la trama va de asesinatos en serie siguiendo una fórmula determinada, por si no lo habían cogido... (M.M.L.)
Pasito a pasito, Alex de la Iglesia ha demostrado que puede casi con cualquier cosa. El riesgo asumido en sus películas viene siendo cada vez mayor, y esto le ha permitido, entre otras cosas, pulir de forma excepcional su capacidad para dirigir actores. Y no sólo eso, al tener una idea muy clara de lo que quiere hacer con la cámara es muy improbable que el espectador quede decepcionado con sus películas. Una adaptación en inglés con plantel internacional ha sido ahora su gran reto, que salva con un notable.
Fuera de los límites del director vasco, Los crímenes de Oxford toca el viejo tema de la casualidad vs causalidad. Un discurso del impecablemente británico John Hurt da buena cuenta de ello desde el minuto uno del metraje. Basada en una novela del mismo título del escritor argentino Guillermo Martínez, esta historia repasa ciertos conceptos muy de moda últimamente en torno a las matemáticas y su doble significado. Nada que ver, no obstante, con recientes productos –alguno que otro español- con elevadas aspiraciones.
'Fibonaccis' aparte, el hecho de que De la Iglesia meta las manos en la masa de algo tan de best seller no quita para que su obra pueda presumir de ciertos momentos tan brillantes como él mismo. El fantástico plano secuencia que nos hace abrir la boca algo pasado el comienzo del film y que recuerda, por ejemplo, a Fallen, parece tocado por una varita mágica. El baile de la lente es perfecto. No le falta tampoco el humor inglés en algunos diálogos, además de un homenaje evidente al cine negro de los 40.
Hitchcock y otros maestros del suspense también piden paso en Los crímenes de Oxford que, sin ser un peliculón, es un intento muy digno de querer jugar a malos y detectives con el espectador. El guión cierra un círculo (¿matemático?) y no deja ninguna grieta, lo que podría considerarse un aspecto facilón del mismo, ya que las divagaciones sobre los Wittgenstein de turno se quedan para los lectores del volumen. De él se ha entresacado la acción que, sin embargo, acusa algún momento de flojera allá por la mitad del film.
Tanta explicación, justificación, tanta evidencia adornada con flasbacks, así como el ir deduciendo las cosas de la manita del protagonista -aunque siempre por delante de él-, hacen a uno pensar que hasta la señora Fletcher anda detrás de todo y se ha camuflado con astucia detrás de la careta del meritorio Elijah Wood, actor con más registros de los que aparenta. Hurt, obviamente, le pisotea en su recreación de un sabio pasado de moda. Y lo mismo ocurre con Julie Cox, en su papel de rubia histriónica 'solterona'.
Watling está suave, como siempre, y no desentona casi nada con el resto del plantel, pero no se distingue si es mujer fatal o una incomprendida. Eso sí, los personajes rezuman exageración por los cuatro costados, incluido el primo de Poirot. La sobreactuación como parte esencial de sus roles, sus caras desencajadas en momentos clave y, en algunos casos, su físico particular, hacen que unos gramos de parodia se apoderen de forma bien calculada de las situaciones que viven. Son ingleses y freaks.
Y eso es una constante en el cine de De la Iglesia, que no se resiste a dejar, aunque sea imperceptiblemente, su sello personal. Sin la pizca de gore –imprescindible- tampoco estaríamos hablando de algo suyo. Quizá en Los crímenes de Oxford el cineasta deje ver todas sus cartas, pero no hay duda de que el efectismo, arma muy válida en el mundo del celuloide, no queda nada mal parado. Por cierto, que la trama va de asesinatos en serie siguiendo una fórmula determinada, por si no lo habían cogido... (M.M.L.)
Link - Tue, 15 Jan 2008 03:05:49 GMT - Feed (1 subs)
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