Me hubiera encantado utilizar la palabra “hace” en lugar de “es” en el titular de este post. He ido con mucha ilusión a ver la tercera adaptación del mítico Soy Leyenda de Richard Matheson, después de los sanos, aunque intrascendentes, entretenimientos que supusieron las anteriores versiones, la maldita ‘The Last Man on Earth’, y la increíblemente exitosa ‘El Último Hombre Vivo’. Francis Lawrence no lo tenía nada difícil para superar ambas versiones; al igual que aquellas disponía de un actor de primera fila que cuenta además con el beneplácito del gran público, y un presupuesto más que digno para que los efectos visuales de la misma fueran perfectos. Cual ha sido mi sorpresa al encontrarme con la peor de las tres versiones, en la que dejando a un lado el hecho de cambiar por completo el sentido de la novela, no han sabido aprovechar absolutamente nada de la misma. Eso sí, sorprende que un blockbuster de estas características no llegue a la hora y media.
La historia de ‘Soy Leyenda’ ya os la conocéis todos: después de que una supuesta cura contra el cáncer se rebelase como un mortal virus que casi acaba con toda la población en el planeta Tierra, el doctor Robert Neville, único superviviente en la ciudad de Nueva York, sobrevive día a día intentado encontrar una cura contra el virus, el cual ha convertido a otros seres humanos en peligrosos bichos raros y cabreados que sólo salen de noche, y que por supuesto se enfrentan a nuestro héroe, el cual siempre va acompañado del mejor amigo del hombre: el perro, que en este caso es una perra.
SPOILERS. Lo cierto es que dicho animal es una pieza clave en la película y marca la diferencia entre la alta calidad de la misma y el despropósito más vergonzoso, porque hasta que la perra muere, la película estaba cumpliendo con su objetivo, sin ser ninguna maravilla, nos estaba proporcionando algunos buenos momentos, como la descripción de una enorme ciudad sin gente que la habite, la soledad de un hombre que se ve obligado por seguridad (la ironía del asunto) a realizar todos los días exactamente las mismas tareas sin descuidarse ni un segundo. Incluso tenemos una secuencia de suspense, la primera aparición de los mutantes, que está resuelta con bastante eficacia. Todo sin levantar mucho revuelo porque curiosamente la película tiene algo que no esperaba ni por asomo: es aburrida. Y a partir de la aparición de dos personajes nuevos, justo después de la muerte de la compañera canina de fatigas de nuestro protagonista, el film cae en picado acumulando incoherencias una detrás de otra: ¿cómo han llegado la mujer y el niño a la zona de Neville si ésta está aislada? ¿si estuvieron todo el día esperando por él, como es que le da por aparecer en escena sólo cuando está a punto de ser eliminado por los malos de la función? ¿no le vieron preparar la trampa? ¿dónde se escondieron mientras esperaban? ¿los malos malosos no les vieron? Todo eso en menos de cinco minutos, provocando que un servidor se llevase las manos a la cabeza, totalmente espantado por lo que estaba viendo.
Pero eso no es todo. A pesar de las excelencias de los efectos visuales, el film tiene un clarísimo error, a mi juicio, y es la digitalización de los mutantes, o infectados. Cuando la escena es oscura no hay problema, pero cuando todo sucede con mucha luz, los infectados parecen pegotes a los que nunca terminas de creerte, y mucho menos que se interrelacionen con los personajes de carne y hueso. Gracias a esta operación, estos personajes, que por momentos se las dan de inteligentísimos (la trampa con el maniquí) y en otras parecen simplemente estúpidos (el tío colgado del techo en casa de Neville), han sido reducidos a la mínima expresión. Por lo que respecta a la ambientación de la ciudad, nada que objetar, un trabajo de primera. Toda la primera parte, donde la ciudad está a disposición de nuestro héroe, al que primero vemos con un deportivo alucinante yendo de caza, y en un cambio de plano lleva una ranchera totalmente equipada, y más adecuada para todo lo que hace, recuerda a una extraordinaria película de Robert Zemeckis, ‘Náufrago’. Will Smith en una isla con un perro, que bien podría ser la pelota de Hanks, y quizá lo único que le mantiene cuerdo. Por eso cuando la perra desaparece, por así decirlo, se produce el mejor instante del film, el personaje central queda totalmente roto porque lo único que ha querido durante los últimos tres años ha muerto. Smith en esa escena está soberbio, demostrando que cuando le da la gana es un actor de altura. Pero hay una diferencia entre el film de Zemeckis y éste (y ojo, que sólo comparo sus primeras mitades en las que hay bastantes coincidencias): en la película con Hanks estamos continuamente interesados por lo que ocurre, aquí no.
El problema de la película no es su estrella principal, ni su director, al que se le agradece que no sea mareante como lo son la mayoría de directores modernos en las cintas de este estilo, y se le puede apreciar cierta sobriedad. El problema es un lamentable guión, que no sabe resolver escenas como la de Smith hablando con un maniquí después de la muerte de su perro, de vergüenza ajena, o toda la parte final, en la que los hechos se precipitan de la forma más fácil posible, y encima tenemos un epílogo que casi es un insulto. ¿Cómo se van la mujer y el niño de la zona si ésta está aislada? Al final queda la sensación de que no nos han contado absolutamente nada, y los apuntes más interesantes de la historia han sido desaprovechados.
Una floja película, que en lugar de ser la pieza fantástica del 2007, se queda en un enorme fiasco, en el que además parecen entreverse dos películas que casi parecen distintas: toda la parte de Smith solo en la ciudad, y todas las escenas de acción, atropelladas, vistosas pero no espectaculares, y sin ritmo. En fin, a ver si dentro de quince años hacen otra versión y se esmeran más.
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